martes, 14 de julio de 2009

El celestial Jonathan Richman



“De cada vez le veo más colgado, y de cada vez, más gente viene a verlo”, nos comentaba nuestro amigo Toni, de la empresa Fonart, promotora de la actuación de Jonathan Richman en Lloseta (entradas agotadas).

Puedo asegurar que Richman es el sujeto más extravagante que he visto sobre un escenario (y he visto a unos cuantos…) Para Jonathan, todo queda supeditado a la comunicación con el público. Da lo mismo seguir o no el ritmo del impertérrito y excelso batería Tommy Larkins. O si sus extraños punteos con el pulgar suenan toscos (por la “técnica” y por la relación de amistad que mantienen, estoy convencido de que fue Kiko Veneno quien le enseño a tocar la guitarra española). O si la métrica de la letra vuela por los aires, pues prefiere entonarla en su peculiar castellano (o italiano, o francés, o lo que haga falta), para lo cual, no duda en improvisar recurriendo a lo que se le pase por la cabeza.

Uno todavía se está preguntando qué está ocurriendo, cuando nota que sus pies comienzan a moverse de forma casi autónoma, y las manos deciden acompañar con palmas.

Entonces, Jonathan se marca uno de sus arrebatadores bailes, provocando risas y alegría. Actúa con la mirada extraviada, pero responde atentamente a los impulsos que percibe.

Para quien piense que todo es una gran broma, decir que sus canciones son celebradas por iconos como David Bowie o Iggy Pop, cuyas respectivas versiones de “Pablo Picasso” pueden encontrarse fácilmente en la red. Tiene todo un hit como “Vampire girl”. Y es recordado por sus graciosas apariciones en la película “Algo pasa con Mary” (desafortunadamente dobladas al castellano, en la versión comercializada en España)

Sus temas básicos son el desencuentro y la libertad. Richman nos cuenta historias simples, cercanas y divertidas. Como cuando se fue a un bar con un montón de amigos borrachos, en donde una chica que no le gustaba se le intentaba arrimar mientras él miraba con desespero a la puerta de salida. O la de un novio preocupado por las adicciones a las drogas y al alcohol de su chica, que termina por contestarle airada con un “soy una mujer independiente”. Sus infructuosos intentos por encontrar pareja de baile en un bar de lesbianas. Richman huye de mensajes, ofrece un gesto de complicidad solidaria (“cuando te caíste no me reí, pues a mí me pasó la misma cosa”, “a qué hemos venido, sino a caer, a qué hemos venido, sino a fracasar”) o una propuesta de liberación frente al desenfrenado ritmo de vida (“tengo el móvil apagado, llamaré cuando pueda, ahora estoy cantando”, “cojo el tren o el autobús y ya llegaré, tranquilos…”)

Jonathan, ¡vuelve cuando quieras, te esperamos!


1 comentario:

Javier Liébana Radó dijo...

Me alegro de que te gustara, es uno de los músicos más personales que conozco y fue genial poder verlo actuar en vivo, algo que de entrada no te esperas al ser un tipo poco popular y neoyorquino.