Ante todo, “crisis” significa cambio. Es decir, el modelo que ha sustentado la economía en los últimos tiempos ya no sirve, debe ser sustituido por otro, sea corregido, sea diferente.
Las medidas tradicionales son de difícil aplicación, por impopulares, por causar “daños colaterales”, por no contar con un marco legislativo favorable, y además, como todo tratamiento, no aseguran al 100% la recuperación del “enfermo”.
Para comenzar, no es recomendable bajar los tipos de interés, porque provocan un aumento en la inflación (obsérvese, si no, lo ocurrido en el sector de la construcción) Medidas como alargar el periodo de vencimiento es totalmente perjudicial al consumidor, que asume las consecuencias de un plazo que se aleja del estimado como óptimo (*1) Es más adecuado negociar para reducir el diferencial sobre el tipo de interés aplicado por el banco.
Deberían congelarse las subidas salariales. Sí, yo sería el primero en protestar, pero así son las cosas. Las empresas deben recuperar su competitividad conteniendo los gastos, y uno de los principales grupos de costes (a veces, el mayor) lo constituyen los sueldos. Es preferible a tener que despedir trabajadores.
Una forma de ayudar a la competitividad de la empresa y, además, paliar la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, es la de reducir impuestos. El problema es que las administraciones públicas verán decrecidos sus ingresos, y disminuirán el gasto público y, por tanto, las prestaciones para los ciudadanos. Que el Estado se endeude no es la solución, como se demostró en la Crisis de 1.973. También puede redirigirse la presión fiscal hacia sectores más robustos o “subterráneos” (a buen entendedor…)
Aplicar el proteccionismo sobre el consumo del producto nacional, penalizando las importaciones, es una medida restringida a limitaciones. Además de generar conflictos con el resto de mercados mundiales, por violar el librecambismo (a recordar cuando los chinos se indignaron por los fuertes aranceles aplicados a sus productos), se encuentran obstáculos en la legislación de los organismos supranacionales (como la Comunidad Económica Europea), que marca unas cuotas, cuyo incumplimiento está fuertemente sancionado. Otra solución venía dada por la depreciación de la moneda para atraer la inversión exterior, inabordable desde el momento en que la moneda (el euro) es única. Aunque tampoco es que le haya salvado a los americanos tener el dólar bajo...
Lo ideal, pero con resultados más a largo plazo, y tras una fuerte inversión inicial, es la creación de nuevos motores para la economía. Es lo que modernamente se denomina “investigación y desarrollo”, y que no es otra cosa que observar las nuevas necesidades de los consumidores, y orientar el mercado hacia las mismas.
Jugando un poco a adivino, se presenta una oportunidad para los que sean capaces de desarrollar tecnologías que obtengan una mayor eficacia y aprovechamiento de los recursos, especialmente los energéticos, y con una disminución de los residuos generados en la producción. No habrá una solución única, sino una multitud de pequeñas soluciones. La industria automovilística puede reactivarse si, en lugar de gastar en publicidad para convencernos de lo ecológicos que son sus coches, investigan y desarrollan motores con un consumo mínimo (*2). Los sistemas privados de reutilización del agua pueden reducir sensiblemente la factura de los usuarios. Los envases biodegradables pueden suponer una auténtica revolución en el campo del diseño. Las empresas dedicadas a la obtención de energías renovables están siendo muy subvencionadas, por tener un efecto inmediato en la reducción de cuotas de CO2 (coste por contaminar)
Por último, quedan las recetas milagrosas, medidas extremas al todo o nada, pero para eso, todavía habría que empeorar mucho más. Esperemos que no sea así.
(*1) Puede obtenerse un completo análisis matemático-financiero en el periódico “Mercado de Dinero”-Julio 2008
(*2) Tal como ha reclamado Greenpeace en el último “Día Mundial Sin Coches”
Las medidas tradicionales son de difícil aplicación, por impopulares, por causar “daños colaterales”, por no contar con un marco legislativo favorable, y además, como todo tratamiento, no aseguran al 100% la recuperación del “enfermo”.
Para comenzar, no es recomendable bajar los tipos de interés, porque provocan un aumento en la inflación (obsérvese, si no, lo ocurrido en el sector de la construcción) Medidas como alargar el periodo de vencimiento es totalmente perjudicial al consumidor, que asume las consecuencias de un plazo que se aleja del estimado como óptimo (*1) Es más adecuado negociar para reducir el diferencial sobre el tipo de interés aplicado por el banco.
Deberían congelarse las subidas salariales. Sí, yo sería el primero en protestar, pero así son las cosas. Las empresas deben recuperar su competitividad conteniendo los gastos, y uno de los principales grupos de costes (a veces, el mayor) lo constituyen los sueldos. Es preferible a tener que despedir trabajadores.
Una forma de ayudar a la competitividad de la empresa y, además, paliar la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores, es la de reducir impuestos. El problema es que las administraciones públicas verán decrecidos sus ingresos, y disminuirán el gasto público y, por tanto, las prestaciones para los ciudadanos. Que el Estado se endeude no es la solución, como se demostró en la Crisis de 1.973. También puede redirigirse la presión fiscal hacia sectores más robustos o “subterráneos” (a buen entendedor…)
Aplicar el proteccionismo sobre el consumo del producto nacional, penalizando las importaciones, es una medida restringida a limitaciones. Además de generar conflictos con el resto de mercados mundiales, por violar el librecambismo (a recordar cuando los chinos se indignaron por los fuertes aranceles aplicados a sus productos), se encuentran obstáculos en la legislación de los organismos supranacionales (como la Comunidad Económica Europea), que marca unas cuotas, cuyo incumplimiento está fuertemente sancionado. Otra solución venía dada por la depreciación de la moneda para atraer la inversión exterior, inabordable desde el momento en que la moneda (el euro) es única. Aunque tampoco es que le haya salvado a los americanos tener el dólar bajo...
Lo ideal, pero con resultados más a largo plazo, y tras una fuerte inversión inicial, es la creación de nuevos motores para la economía. Es lo que modernamente se denomina “investigación y desarrollo”, y que no es otra cosa que observar las nuevas necesidades de los consumidores, y orientar el mercado hacia las mismas.
Jugando un poco a adivino, se presenta una oportunidad para los que sean capaces de desarrollar tecnologías que obtengan una mayor eficacia y aprovechamiento de los recursos, especialmente los energéticos, y con una disminución de los residuos generados en la producción. No habrá una solución única, sino una multitud de pequeñas soluciones. La industria automovilística puede reactivarse si, en lugar de gastar en publicidad para convencernos de lo ecológicos que son sus coches, investigan y desarrollan motores con un consumo mínimo (*2). Los sistemas privados de reutilización del agua pueden reducir sensiblemente la factura de los usuarios. Los envases biodegradables pueden suponer una auténtica revolución en el campo del diseño. Las empresas dedicadas a la obtención de energías renovables están siendo muy subvencionadas, por tener un efecto inmediato en la reducción de cuotas de CO2 (coste por contaminar)
Por último, quedan las recetas milagrosas, medidas extremas al todo o nada, pero para eso, todavía habría que empeorar mucho más. Esperemos que no sea así.
(*1) Puede obtenerse un completo análisis matemático-financiero en el periódico “Mercado de Dinero”-Julio 2008
(*2) Tal como ha reclamado Greenpeace en el último “Día Mundial Sin Coches”