domingo, 27 de julio de 2008

Roger Hodgson es feliz


“La música me libera de muchos sufrimientos que me atormentan”. Así lo declaraba Roger Hodgson, en una reciente entrevista. Y así se percibía, no sólo en sus composiciones para Supertramp, con melodías que invitaban a la melancolía, sino en su doliente voz, en sus lamentos y en la rabia que transmitía interpretando lo que acabaría siendo una notable colección de canciones, hits en su mayoría.

Roger no tuvo una infancia feliz, al ser recluido en un internado, y fue su talento para la música lo que le permitió canalizar sus frustraciones. Al escuchar de nuevo la célebre “Logical Song”, en donde recuerda su etapa escolar (“entonces me envían lejos para enseñarme…y me demostraron un mundo donde podría ser… clínico, intelectual, cínico…aceptable, respetable, presentable… ¡por favor, por favor, me dirás qué hemos aprendido! Sé que suena absurdo, pero por favor, ¡decidme lo que sea!...¡Decidme quién soy yo!”), revivo parte de la mía (los que hayan seguido este blog desde el principio, encontrarán ciertos paralelismos en los “Días de Escuela”, de Asfalto) Me viene a la cabeza el profesor de inglés que nos introduzco a Supertramp, y que recuerdo como un cruce entre el propio Hodgson y el excéntrico saxofonista de la banda, John Helliwell.

Veo a Hodgson, con cincuenta y ocho años, muy satisfecho. El bello claustro de la Iglesia de Santo Domingo, en Pollença (Mallorca) está abarrotado por el público de la 47ª edición de su festival de música clásica. Le escuchan guardando un respetuoso silencio, más propio de un recital de lírica que de un concierto de pop-rock. Sin embargo, el entusiasmo se desata nada más concluir cada canción. Hodgson, complacido, desgrana la banda sonora de parte de las vidas de los asistentes, bien a la guitarra acústica de doce reverberantes cuerdas, bien al piano o al sintetizador, así suenan “Dreamer”, “Breakfast en America”, “Gimme a litle bit”, “It´s raining again”,… y tantas otras (sobre todo, del “Crime of the Century”, su mejor disco, aunque no el de mayor éxito) Le acompaña su amigo multiinstrumentista, Aaron MacDonald, y en la simplicidad del dúo, los temas suenan realmente bien (sin desmerecer a la base rítmica –Siebenberg y Thompson-, la música de Supertramp se sustentaba sobre cuerda y viento)

Pero noto un cambio notable. Roger ya no gimotea al cantar. Es más, sonríe abiertamente. Se le ve agradecido a la vida, a su familia, al público, y sobre todo, a la música.


sábado, 12 de julio de 2008

El elegante Willy DeVille

“Savor faire”… Parle vous français? Yo un poquito. Así presenta Willy DeVille una canción que, como la mayoría de las suyas, le autodefine. Para un personaje de su sofisticación, haber nacido en Nueva York resulta de lo más prosaico.

Le observo sobre el escenario, sentado sobre un taburete de madera y palmito, sosteniendo una guitarra acústica. A su izquierda, sobre un amplificador, un jarrón con un precioso ramo de rosas blancas (rosas, como Rosita, de “Spanish Stroll”). Las acabará repartiendo entre el público al final del concierto. Aunque teñida, conserva una larga melena, elemento imprescindible para la credibilidad de cualquier rockero. En su caso, es negra, alisada y peinada hacia atrás. El glamour lo completa una camisa blanca bajo chaleco negro, pantalón también negro, ceñido por un ancho y ornamentado cinturón metálico. Su rostro afilado contrasta con las orondas coristas que le guardan la espalda (o la voz quebrada, sería más correcto decir), dos negras especialmente dotadas para el gospel. El resto de la variopinta banda, un teclista acordeonista, la habitual sección rítmica bajo-batería, y un completo guitarrista-solista (bien con la eléctrica, con la acústica o la española). Además, enriqueciendo los temas con multitud de matices, un imaginativo percusionista, y el propio Willy, acompañando con guitarra, armónica o ambos instrumentos.

Su música es el mestizaje de varios estilos que la convierte en uno propio indefinible, tal como “Heart and Soul” suena. Hoy le veo dentro de un ciclo denominado “Guitarras del mundo” (?) DeVille encaja en un festival de jazz, con sus ritmos latinos (preciosa “Demasiado corazón”, qué bueno oírle chapurrear el castellano), en uno de blues (cualquiera de sus abundantes temas empapados de la humedad de los pantanos de la amada Nueva Orleans), en uno de rock, evidentemente (“Hey, Joe”, curiosa versión mejicanizada del éxito de su admirado Hendrix), incluso en uno de música cajun (DeVille es un orgulloso afrancesado que incorpora con naturalidad el zydeco, bien sea mediante el acordeón, o con la percusión proporcionada por las cucharas arrastradas sobre la tabla de lavar metálica)

La Sala Assaig está repleta, a pesar de los 38,00 € de entrada. Incluso queda algo con lo que obsequiar a Willy. Un abanico cae cerca de él. Un roadie lo recoge y se lo muestra. Willy lo observa algo desconcertado, hasta que reconoce el objeto, lo toma, y se avienta. Justo antes de interpretar la celebrada “Demasiado corazón”. Y nos consideramos privilegiados de respirar el mismo aire (y el mismo humo) que el artista., durante una feliz hora y media.
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