martes, 21 de abril de 2009

Groucho Marx, amante sarnoso



Mientras acabo de preparar las nuevas entradas, adjunto una reseña que escribí para el tercer número de la revista electrónica Aleph, una experiencia editorial que compartí con mi buen amigo Dan Piris, y de la que obtuvimos satisfacciones personales en una proporción diametralmente opuesta a su repercusión y los beneficios económicos (aunque, al menos, ¡conseguimos unos cuantos libros gratis!)

Aprovecho para agradecerles las visitas y la paciente espera.


Podría decirse de Julius Henry Marx (1890-1977) que es el típico caso de personalidad fagocitada por el personaje. Él y Groucho, uno de los más populares iconos del siglo XX, son indistinguibles. O así nos lo sugieren los diversos escritos biográficos sobre él y sus célebres hermanos: parece ser que eran tan salvajes fuera como dentro de los escenarios.

Curiosamente, si nos atenemos a “Memorias de un amante sarnoso”, podríamos definir al genial humorista como un autobiógrafo introvertido, refugiado en el gag y en el anecdotario jocoso, inaccesible a sus interioridades. El lector disfruta de las historias y la verborrea de Groucho, pero al final del libro apenas le conocerá más que cuando lo inició. De hecho, dos de las cinco partes en las que se agrupan estas narraciones breves son, mayoritariamente, andanzas protagonizadas por terceros, y otra más es una parodia de ensayo científico sobre una historia del amor y las relaciones sexuales. Sólo en capítulos como el memorable "Sobre el ahorro" ("La palabra ahorro no tiene sentido hoy, salvo para dar nombre a una cadena de supermercados") o "Mutilado del amor" (en donde Groucho Marx critica la falta de coberturas sociales para los profesionales del espectáculo en aquella época) encontramos algunas de sus reflexiones personales. Aunque es en el epílogo donde, entre líneas, y utilizando el narrador en tercera persona para distanciarse, se nos descubre como un anciano nostálgico que revive orgulloso una juventud que le resultó intensa, un amante pesaroso de su decrepitud.

En el trayecto, multitud de perlas del Groucho gorrón ("¡Das una fiesta y no me invitas! Estuve a punto de no venir", "En 1959 asistí a trescientas treinta y seis fiestas, a doce de las cuales había sido invitado"), desvergonzado ("Si mientras trincha el pavo se le cae en el regazo de la viuda que está a su lado, ¿qué hace? Dice: Señora, que conste que no le he dado el pájaro, le agradecería que me lo devolviese inmediatamente"), gruñón y tacaño ("Otro ejemplar que merece atención es el invitado que parece una ardilla... Se entretiene antes de la cena royendo un cuenco entero de cacahuetes... Terminado el postre, se dedica a los pistachos ¡Y qué arte se da en hacerlos desaparecer, a tres dólares el kilo!"), mujeriego ("Cuando digo que sólo una señorita me interesaba no quiere decir que me interesaba para toda la vida")...

“Memorias de un amante sarnoso” es tan recomendable como cualquiera de sus películas.