miércoles, 19 de marzo de 2008

Recordando a Arthur C. Clarke

En este 18 de marzo de 2008, ha fallecido, a la edad de noventa años, la penúltima leyenda de la ciencia ficción que quedaba viva, el escritor Sir Arthur Charles Clark, en Sri Lanka, su hogar desde hace medio siglo.

Si la génesis de la ciencia ficción puede situarse en 1.926, con la aparición de su primera revista especializada, Amazing Stories, puede fijarse la eclosión del género en poco más de una década después, de la mano del editor John W. Campbell. Preocupado por incorporar una base científica que sustentara la verosimilitud de los relatos, Campbell influyó notablemente sobre una generación de escritores que irían alimentando las páginas de su revista, Astounding, de entre los cuales, los tres más populares acabarían siendo Isaac Asimov, Robert Heinlein y… Arthur C. Clarke.

El principal denominador común que les unía era una robusta formación científica, con una visión optimista de la misma como motor hacia las maravillas del futuro. Clarke tenía amplios conocimientos en matemáticas, física, astronomía y astronáutica, y obtuvo gran prestigio académico al sentar las bases para la órbita geoestacionaria de satélites artificiales (como él mismo bromeaba, el gran error que cometió fue no patentar su tesis)

Si bien escribió notables novelas de carácter utópico (“El fin de la infancia” sería el mayor y más valioso exponente) y ejerció de maestro en relatos cortos (destacaría sus divertidísimos “Cuentos de la Taberna del Ciervo Blanco”), Clarke se distinguía por su sentido de la fascinación ante lo desconocido. Para él, era más interesante encontrar las preguntas. Un enigma bien planteado, sin una solución absoluta, le resultaba de lo más estimulante. Este planteamiento lo encontramos en, para mí, su mejor novela, “Cita con Rama”. En ella, una nave extraterrestre es detectada cruzando el Sistema Solar, y una expedición humana es enviada al abordaje, antes de que el objeto se aleje definitivamente. Volverán del mismo con más interrogantes que cuando partieron.

Quizá resulte frustrante para los lectores no tener las respuestas, pero Clarke entendía muy bien que, si algo abunda, son los desenlaces fáciles y previsibles o incoherentes e insatisfactorios. Con gran inteligencia, y aplicando los mismos límites de nuestro conocimiento, resuelve lo que está al alcance, genera teorías sobre lo que no encaja, y entiende que hay fenómenos ante los cuales sólo cabe maravillarse. Y si algo no escatima, son ideas sobre las que poder especular.

Pero lo que le reportó una popularidad más allá de las fronteras del género, es su participación en “2.001, Una odisea espacial”, la, quizá, más importante película de ciencia ficción de toda la historia. Inspirada en su relato “El centinela” (donde aparece la figura del célebre monolito), Clarke, además, se encargó del guión y, luego, de novelar el mismo. Casi resulta obvio decir que Clarke presentó una versión más concisa, pero no menos humanista, de la genial obra de Kubrick.

Amigo de jugar a las profecías de logros científicos, su mayor lamento ha sido morir sin que se hayan encontrado señales de vida inteligente extraterrestre (a los que tendía a retratar, en sus historias, como paternalistas) Sin embargo, pudo ver, incluso participar en la transmisión, de la llegada del hombre a la Luna, treinta años antes de lo que él había vaticinado.

"... Y era difícil imaginar qué respuesta podría enviar a la Tierra, excepto un ponderado y compadecido “Adiós” (astronauta Bowman, antes de perder todo contacto, tras haber desconectado a HAL, y antes de adentrarse en el monolito, en “2.001, Una odisea espacial”)


1 comentario:

Javier Liébana Radó dijo...

Me disponia a hacer un comentario y homenaje por su fallecimiento cuando se me ha ocurrido antes revisar los blogs colegas... yo no podría definirlo mejor.

Descanse en paz.