miércoles, 11 de noviembre de 2009

Cómo ser bueno, en picado


He evitado deliberadamente repetirme con algunos temas o autores, pero es que Nick Hornby es, ahora mismo, una de mis debilidades. Este año he leído, sucesivamente, “Cómo ser bueno” y “En picado”.

¿Por qué me gusta tanto Nick Hornby? Quizá por mi grado de identificación con su voz. A Nick le gusta el rock (aunque él es bastante más pop), el fútbol (aunque él es del Arsenal) y las palabras malsonantes (aunque él las pronuncia en inglés), pero lo que le hace poco usual, es que escribe sobre ello. Sus personajes, por lo general, son vulgares, en el sentido en que, al principio del relato, no te irías jamás de copas con ellos, pero al final, tras acabar compartiendo su suerte, bueno, de acuerdo, unas cervezas sí, pero tampoco quiere decir que vayamos a ser amigos…

Si en “Alta Fidelidad” nos permitíamos observar la “crisis de los 30” con una sonrisa de alivio, gracias a haberla superado, en “Cómo ser buenos” nos saltan todas las alarmas al comprobar que ni él mismo tiene las claves para salir de las demás. Mi escena favorita de esta novela es aquella en la que el marido de la protagonista se descuelga por la ventana de su casa para intentar reparar el atasco del canalón del desagüe, en plena lluvia, sujetándose en el marco podrido, mientras su esposa y su hijo mayor le agarran de los bolsillos traseros de su pantalón, y a su vez, ambos son cogidos por las manos de la hija pequeña. Una metáfora magnífica para describir el precario equilibrio de la familia como institución.

Con “En picado” encontramos que la angustia existencial de los cuatro protagonistas, aspirantes a suicidas, les impele a constituir el más heterogéneo grupo de ayuda. Varios de los lectores conocerán a personas que, con historias personales más duras que la de éstos cuatro, salen adelante. Y también, seguramente, varios de éstos lectores se preguntarán cómo consiguen seguir viviendo, cuando a nosotros, incluyendo a esos cuatro, los pequeños dramas cotidianos nos resultan tan agobiantes.

Es fácil deducir que la principal herramienta de Hornby para hacer funcionar estos engranajes es la de su sentido del humor. No suele abusar del gag, y aunque a veces las escenas parezcan surrealistas, no dejan de resultarnos verosímiles Sus planteamientos bordean la frontera de la crueldad (sin traspasarla) y sus resoluciones son muy poco reconfortantes, a veces incluso cínicas, pero siempre nos da un benevolente respiro. Utiliza el narrador en primera persona, para aproximársenos más todavía, y relatarnos escenas cargadas de debilidad humana, casi patética, pero ante las que no podemos evitar empatizar y, sonreír, por ser la mejor alternativa disponible.

Al concluir la lectura de sus libros, en los mejores momentos pienso “qué jodidos estamos, pero cómo nos reímos”, y en los peores, “cómo nos reímos, para estar tan jodidos…”